Una Historia Sencilla, Leila Guerriero

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Es indescriptible mi emoción cuando vi que existía un libro que contaba una historia sobre el Festival Nacional del Malambo, que se celebra en mi pueblo. Un festival que como Labordense me emociona, pues aunque no forme parte del ambiente de danzas de la comisión, cuando escucho el primer rasgueo de guitarra, un zapateo, ya se me pone la piel de gallina y busco donde van a zapatear. Esa semana de enero para mi es la mejor del año, ver el pueblo rebosando de gente que llega desde todo el país llena de esperanza y demostrando incluso tanto amor por el pueblo. 

Sinceramente para el tipo de lecturas que suelo disfrutar, le tenía un poco de miedo a este libro, no conocía a la autora, y no sabia que esperar (pues claro que no leí la sinopsis) así que me largue a ciegas y la sorpresa fue muy gratificante. Me causo mucha gracia cuando describió el pueblo tan estereotipado que en 10 años no cambió nada :p y me emocione hasta las lágrimas cuando describió lo que se siente ver a alguien zapatear malambo, todo lo que expresa esa persona y ni hablar de la historia de la que habla el libro. Una historia sencilla, quizás, pero una gran gran historia, porque habiendo crecido en laborde, conozco mucho sobre el malambo, la reglamentación que deben cumplir los bailarines en el escenario, el esfuerzo que hacen las delegaciones de todo el pais por venir, las condiciones en que duermen esa semana con un calor de locos, los horarios de actuación… Pero lo que a veces nos olvidamos es del esfuerzo que hace cada aspirante durante todo el año para bailar 5 minutos. El esfuerzo físico y emocional que implican esos 5 minutos de baile y las historias que hay detrás de cada individuo, como se esforzó para ganar esos 5 minutos en el escenario. Y el esfuerzo de las familias, la gente que los apoya. Recuerdo muchas veces haber entrado al pueblo en época de malambo y ver una carpa al rayo del sol y pensar, huf estos están re locos.. olvidándome de que esas personas, quizás se endeudaron hasta las orejas y pidieron mil cosas prestadas para llegar a armar su carpita en el rayo del sol,  en el medio de la playa de camiones, para ser parte del festival que le da al pueblo ese no se que que lo hace único, aunque sea igual a tantos otros pueblos, el Malabo diferencia a Laborde y a su gente. 

Entonces.. ¿que sí me gustó el libro? lo amé, porque a través de las palabras de la autora fue como vivir el Malambo que tanto amo y espero todo el año en pleno abril y ver de cerca la historia individual de uno de los campeones y recordar el enorme valor que tiene este tesoro que en Laborde se llama Festival Nacional del Malambo.


“Cuando va muy rápido, al malambo le entregás el corazón, porque tus músculos ya están cansados y entonces es alma y vida, le das todo lo que tenés. “


“ El poder de la danza está en el espíritu, en el corazón. Lo de afuera es técnica, el repique tiene que ser perfecto, hay que saber levantar, clavar el empeine, ir subiendo en energía, en actitud. Pero el malambo es una expresión mucho más fuerte que otras danzas, entonces además de saber la técnica hay que palpar la madera, sentirla, enterrarse en el escenario. (...) Tenes que sentir golpe por golpe, como el latido del corazón. El mensaje tiene que llegar claro a la gente: Aca estoy, vengo de esta tierra”


“Esa noche de viernes, Rodolfo Gonzales Alcantara llegó hasta el centro del escenario como un viento malo o como un puma, como un ciervo, como un ladron de almas y se quedó plantado allí por dos o tres compases, con el ceño fruncido y mirando alguna cosa que nadie podía ver. El primer movimiento de las piernas hizo que el cribo se agitara como una criatura blanda mecida bajo el agua. Después durante cuatro minutos cincuenta y dos segundos hizo crujir la noche bajo su puño. El era el campo, era la tierra seca, era el horizonte tenso de la pampa, era el olor de los caballos, era el sonido del cielo de verano, era el zumbido de la soledad, era la furia, era la enfermedad y era la guerra, era lo contrario de la paz. Era el cuchillo y era el tajo. Era el caníbal. Era una condena. Al terminar golpeó la madera con la fuerza de un monstruo y se quedó allí, mirando a través de las capas del aire hojaldrado de la noche, cubierto de estrellas, todo fulgor. Y, sonriendo de costado, como un príncipe, como un rufián o como un diablo, se tocó el ala del sombrero y se fué. “


 

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